El diario The New York Times anuncia hoy a tromba y trompeta que el Vaticano -incluido el futuro Papa Benedicto XVI- no expulsaron a un sacerdote de Estados Unidos que había abusado de 200 niños sordos, a pesar de las repetidas alertas por parte de los obispos americanos. Presentado así, no cabe duda de que uno piensa: “'¡han pillado al Papa!” La realidad, sin embargo, es distinta y muestra que también el buque insignia del periodismo mundial sufre de la fiebre amarilla, tan de moda, caracterizada por lo que podríamos llamar (afectuosamente) "sensacionalismo antipapista".
Si, las informaciones muestran que el sacerdote Lawrence C. Murphy fue acusado a partir de 1974 de esos terribles delitos, cometidos entre 1950 y 1974, años en los que trabajó en una escuela para niños sordos en Milwaukee. En su época, fue denunciado a las autoridades civiles, pero nunca fue procesado pues no encontraron pruebas; tampoco llegó a ser procesado por los tribunales eclesiásticos locales competentes, aunque se le alejó paulatinamente de encargos.
El Vaticano entra en juego en … 1996, cuando la diócesis envía una primera información a la Congregación para la Doctrina de la Fe, dirigida por el cardenal Joseph Ratzinger (con el cardenal Bertone, actual Secretario de Estado, como número dos). La información a este organismo vaticano no tenía nada que ver con la investigación civil, sino que estuvo motivada porque una de las acusaciones de las décadas anteriores fue de “solicitación sexual durante la confesión”. Al tratarse de una violación del sacramento de la confesión, entra en juego la Congregación para la Doctrina de la Fe (que se ocupa de ese aspecto canónico, sin intervenir en los demás procesos criminales). La diócesis deseaba que se le expulsara del sacerdocio, pues veía avecinarse procesos judiciales.
La Congregación para la Doctrina de la Fe, considerando que los hechos eran de hacía dos décadas, que el culpable se había arrepentido, que no había reincidido y que el sacerdote estaba moribundo (falleció cuatro meses después), decidió no tomar medidas canónica contra él por el delito de violación de la confesión, único ámbito de su competencia.
Da un poco de pena que la “señora gris” del periodismo mundial presente este caso como una acusación contra el Papa actual, señalado como culpable de encubrir y no haber condenado a un abusador de 200 menores.
Riccardo Cascioli escribe en Avvenire una detallada descripción de todo el episodio).
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He preferido no hacer referencia arriba al entonces (1977-2002) arzobispo de Milwaukee, Rembert G. Weakland, para no complicar la narración. Pero pienso que es de justicia decir algo aquí sobre esta persona, que está en el origen de la polémica.
Este histórico antagonista de Juan Pablo II y Joseph Ratzinger se vio obligado a dimitir cuando se confirmó que había usado 450.000 dólares de la diócesis para hacer callar a un homosexual que le inculpó de haberlo violentado veinte años antes. Acusado de no haber removido a los sacerdotes declarados culpables de delitos, la táctica de Weakland desde hace años ha sido la de descargar la culpa en el Vaticano. Pero nadie se lo ha creído, empezando por las víctimas, como se ve en esta noticia del diario local, Journal Sentinel, donde se habla del mismo caso que ahora publica -como si fuera una noticia bomba- The New York Times.